Obdulia Bercedo

 

A los lectores que me visiten, disculpen que no me levante y permitan que esta tarde, en la que un gris implacable se ha instalado en la ciudad, les salude y cuente por qué Obdulia Bercedo se presenta aquí.

Obdulia era el nombre de mi abuela materna. Mujer de gran carácter, magnífico sentido del humor, y mala salud de hierro, prohibió a sus hijas e hijos que nombrasen a las suyas de esta manera. Y las hijas -obedientes cuando se trata de las decisiones de los padres- eligieron otros -ni más ni menos afortunados-. Su nombre y uno de sus apellidos -no el primero- evocan en mi memoria los gratos y lentos días del verano en que íbamos desde La Rioja a casa de los abuelos, en un pueblo palentino. La casa de los abuelos, con su desván, su baúl lleno de sorpresas, los montones de revistas y periódicos, botellas vacías de licor Calisay que sin embargo nadie bebía... Cajas enteras de agua de Corconte. Una pirámide (la estructura) para aliviar el reúma que torturaba a mi abuela... La galería acristalada de la parte inferior que daba al patio, con una estantería llena de libros de la colección Salvat RTV de la que leí todos, o casi todos... La radio de válvulas (la primera en el pueblo, la de mis abuelos) en la que conseguimos escuchar una emisora rusa... El patio, con un pozo inservible y unos preciosos rosales, en donde fue a perderse el anillo más original del mundo que le mandó hacer mi madre a un joyero con el primer diente que se me cayó. Qué cosas.

Evidentemente, pasada por el tamiz de la evocación, Obdulia Bercedo fue una abuela maravillosa. De cerca, también tenía sus momentos malos, su impaciencia, sus brusquedades... como cualquier hijo de vecino. Pero de ella vengo, sin ella no sería mi madre, y sin mi madre, tampoco hubiera yo visto la luz. Allá donde estés, querida abuelita (que reía a carcajada limpia cuando, picarones, sus nietos le cantábamos "Oddulia, Obdulia, Obdulia, capullito de alhelí, capullito de otra cosa, capullito, capullí -de los simpar Tip y Coll-) sabe que te recuerdo con alegría y no te enfades si -después de tantos años- una de tus nietas tuvo la ocurrencia de rebautizarse así para este salto al vacío en la palabra escrita, en textos donde desgranar poco a poco lo que vivimos dentro y fuera de nosotros. Verdades, verdades a medias, sueños... Dejar que se derrame lo contenido y, quién sabe, si ver florecer algo que merezca la pena.

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