Levin



Levin



Hay personajes que darían para escribir todo un tratado sobre ellos. De los que componen la extraordinaria obra de Tolstói, Anna Karenina, mi favorito es Levin. La nobleza de su carácter se aleja de los estereotipos habituales del galán romántico. En él no encontraremos ni heroicidades ni alardes temperamentales estrambóticos. En general, una gran serenidad emana de cada uno de sus actos. Como la mayoría conocerá, Levin es un hombre alejado de lo que suele denominarse "el gran mundo" no por falta de modales en absoluto, siendo aristócrata sino porque su alma auténtica choca con la complacencia y las hipocresías habituales en ciertas sociedades –erróneamente consideradas de buen tono–. Al mismo tiempo, las reacciones que suscita el propio Levin en el entorno aristocrático tampoco se ajustan a la realidad del personaje, acostumbrados como están a relaciones superficiales que buscan el deslumbramiento, no una mirada profunda, ni un verdadero conocimiento del otro. Levin encarna a mi juicio, la perseverancia, el esfuerzo que acaba obteniendo su recompensa –sin engreimiento–. Enamora de él la fidelidad a sus principios, su moral, el proceso de necesaria búsqueda interior –de hombre en contradicción– sin el cual no es posible acceder al otro. Curiosamente, se siente atraído por la bellísima e ingenua Kitty, quien poco más espera de la vida que el realizar un matrimonio a la altura de su linaje, influida por la educación materna y por la vida social de la que es esclava, sin saberlo.
La imagen de Levin, de su mirada, no es una elección casual. Significa trascender de lo exterior perceptible hacia lo interior, invisible, que solamente adquiere autenticidad, verdad, cuando existe el afán de querer –lo cual implica trabajo, de moverse hacia el otro.
Produce extrañeza hoy en día la virtud principal del personaje destacada unas líneas más arriba: la perseverancia. Nada hay de mayor mérito que sostener aquello en lo que se cree, alimentarlo y cultivarlo, aun a riesgo de que el tiempo o el infortunio diluya lo que tanto costó conseguir. Los cimientos, los mimbres de que están hechos los hombres se advierten en los retos, en las duras piedras del camino. 
Y de Kitty, ¿qué senderos la conducirán hacia el amor soñado? Decepcionada por el rechazo de Vronsky, obrará en ella un interesante cambio interno. Sin soltar de la mano a la niña que fue, dará pasos acertados al aproximarse a los demás, cuando descubra a los otros, ayudándolos. Ese "darse" tiene aparejado un regalo de retorno. A medida que se desprende de aquello más insustancial y accesorio, asoma la autenticidad de Kitty. De su verdad a la de Levin habrá poco más de un trecho, cuando el encuentro referido al de las dos almas se produzca, inevitable y afortunadamente. La mirada hacia dentro, el "serse", ser para sí que decía Unamuno, es imprescindible para darse. Ahora bien, sin voluntad, instalados en la pereza de la mirada en el espejo, en el hechizo de su reflejo, no cabe la esperanza. Por eso elijo a Levin.




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