Corazón de plata
"Corazón de plata" by OrniCosa is marked with CC BY 2.0.
El paseo era agradable a esas horas de la mañana junto al río, con el espléndido arbolado que cobijaba de los rayos del sol su delicada piel. A pesar de los años, conservaba un cutis fino, con pocas arrugas y manchas que sí eran frecuentes en sus coetáneas. Pensaba. Caminaba y el runrún de los pensamientos acompañaba cada paso, distraída la mirada en los viandantes, en el curso sosegado del río, en el trino de los pájaros que, frenéticos, revoloteaban de aquí para allá. Sobrepasó la zona donde estuvieron las piscinas, y avanzó aún un trecho más, hasta llegar a la playa fluvial que ya empezaba a estar ocupada por gente deseosa de verano. Gente mayor, sobre todo, con su parafernalia de sillas para evitar las incómodas piedrecillas que se mezclaban con la arena –arena de playas cántabras, se decía– . A saber.
Antes del mediodía, del cénit que se adivinaba caluroso, regresaría por el lado de la sombra, haría algunos recados y prepararía su comida. Algo especial. Se recordó: "hoy es mi cumpleaños". Pensó inmediatamente en un delicioso milhojas, su favorito. Las décadas se amontonaban en su carnet de identidad, no en sus pies aún ligeros. Echaba de menos a sus padres, fallecidos hace mucho tiempo atrás. Elevó la vista hacia el cielo, protegida por las hojas de los árboles y les habló: "Padres, os quiero. Os doy las gracias por el regalo de la vida, por mis hermanos".
Continuó a buen paso por la amplia avenida cuyo nombre homenajeaba a un escritor local, embebida en sus cosas, cuando alguien llamó su atención junto a un establecimiento cercano a la iglesia parroquial. "Entre, señora –le dijo una mujer–. Estamos de inauguración". El coqueto comercio estaba destinado a artículos de joyería en plata. La decoración era moderna, en blanco. En una de las paredes, sobre el mostrador, podía leerse lo siguiente: "Antes de que desaparezca la belleza, detente a contemplarla". La dueña de la tienda extrajo una cajita del mostrador y, ofreciéndosela, le dijo "es para usted". Dio las gracias sintiéndose un poco azorada y la abrió. Un corazón de plata, delicadamente repujado con un suave relieve se alojaba en su interior. "Qué curioso. Hoy es mi cumpleaños y me han hecho este regalo" –pensaba mientras contemplaba el bonito detalle–. Se despidió contenta y salió del lugar.
La campana de la iglesia convocaba a la misa. Entró y se sentó en uno de los bancos laterales, cerca de la figura de un santo que le recordaba mucho a un tío suyo, un fraile agustino al que hicieron beato en Roma hacía poco tiempo. El santo parecía sonreír al posar su mirada en ella. Musitó unas palabras imperceptibles de gratitud por la vida tan larga, por el corazón de plata que llevaba colgado, por la belleza de los pequeños milagros.

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